domingo, 4 de agosto de 2019

EL CAMARONERO


Una de las cosas que más me ha gustado y me gusta cuando llega el verano es pisar la arena de la playa. Puede ser que me pase como Rafael Alberti que, saliendo de su Bahía de Cádiz, recordara una y otra vez la grandiosidad de "la mar" y de su ciudad natal. 

El Puerto de Santa María tiene el carácter de pueblo por muy grande que sea, no hace falta analizar esta afirmación, porque sólo con visitarlo una vez, ves las entrañas ondas que tiene este bello sitio. 

En las playas del Puerto apenas hay turismo extranjero y con un poco de suerte puede que te encuentres alguna familia con un acento diferente al nuestro. Por estas arenas rubias, finas  y templadas veranean las familias andaluzas, las mismas que organizan un día de playa y no dejan atrás a nadie. 

La primera sombra para los abuelos que, colocados en un sitio privilegiado, observan el asentamiento en forma patriarcal que van modelando a base de sombrillas, neveras, mesas plegables y butacas que harán un banquete para pasar un día que más quisieran otros pasar. 

No va a faltar de nada mientras se permanezca en la orilla: pasarán los carritos de bebidas frescas, chucherías, helados, el confitero con su caja de pasteles a partir de las cuatro de la tarde con esas bombas de Nutella, napolitanas de crema, cuñas de chocolate... Entonces los pequeños no se podrán resistir y, ante la negación de los padres, acudirán al amparo de la abuela que con orgullo y supremacía sacará unas monedas de su cartera y gozará viendo a sus nietos apresurarse para que no se aleje "el hombre de los dulces".

Pero lo que más me satisface de este marco incomparable es el paso postinero del "camaronero". 
Por estos intactos cielos azules y esta gama  de colores que forman las sombrillas, no hay cosa que vea más bonita que el paso del vendedor de camarones. Él va vestido como si de una estampa antigua saliera con su impecable blancura en la ropa. El moreno de su piel conformado a base de un paseo tras otro pregonando con soltura lo cartuchos que lleva en su canasto como un tesoro preciado de la Bahía.

¡Pasa, camaronero, pasa y no dejes de pasar tu eres el que nos recuerdas las costumbre que no deben  de faltar!


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