Hace unos días paseando pensaba en lo diferente que son estos días a los de otros años. La felicidad que se siente, en estas fechas previas antes de la Cuaresma, ha perdido fuerza debido a la situación que estamos viviendo por la covid- 19.
En mi andar pasé por una calle repleta de naranjos y vi que todavía tenían las ramas sin podar y sus naranjas sin recoger. Sabiendo que esas naranjas eran agrias, su piel tenía un color naranja tan intenso que parecían que eran dulces.
La tarde iba despidiéndose y el mismo color de ese fruto, lo ofrecía el cielo a la hora del lubricán.
Qué paradoja la de esas naranjas: aparentan un dulzor que no tienen, igual que esta Cuaresma se presenta agradable y luminosa, pero llena de esa aspereza que anuncia que nada va a ser igual que en años previos.
Los cofrades vivimos la Cuaresma con la ilusión repleta de propósitos, con un puñado de sueños que buscamos volverlos a repetir cada año, sin embargo, nada va a ser igual que antes mientras la pandemia esté presente entre nosotros.
No quiero darle un aspecto sombrío a estos días, no quiero desvalijar la ilusión de estas fechas de ensueños donde se viven los momentos más bellos del año. Todo lo contrario, quiero que saquemos de nosotros el deseo y las ganas para pensar que pronto va a pasar todo y que será Nuestro Padre Jesús el que nos abrigará el corazón y nos dará fuerza para no tener miedo a este temible virus y al devastador panorama que deja en muchas familias.
Con el corazón preparado, si podéis acercaros a la Parroquia, lo veréis en el esplendor divino de su Quinario, allí estará Él esperando que te pongas en sus manos, esperando que lo mires como se mira a un padre, porque mirándolo es imposible desviarse del camino de la verdad, porque Él es el Dios verdadero de Abraham, de Isaac y Jacob, es la luz, el beso devuelto a la esperanza, la raíz de nuestra Fe, la causa de nuestra larga espera y el protector de nuestras vidas.
Articulo publicado en el Anuario de la hermandad de Nuestro pasre Jesús Nazareno de Arahal. Nazarenorum 2021.