lunes, 24 de enero de 2011

PENA Y ALEGRIA DEL AMOR


Mira cómo se me pone

la piel cuando te recuerdo.

Por la garganta me sube

un río de sangre fresco

de la herida que atraviesa

de parte a parte mi cuerpo.

Tengo clavos en las manos

y cuchillos en los dedos

y en mi sien una corona

hecha de alfileres negros.


Mira cómo se me pone

la piel ca vez que me acuerdo

que soy un hombre casao

y sin embargo, te quiero.


Entre tu casa y mi casa

hay un muro de silencio

de ortigas y de chumberas,

de cal, de arena, de viento,

de madreselvas oscuras

y de vidrios en acecho.

Un muro para que nunca

lo pueda saltar el pueblo

que anda rondando la llave

que guarda nuestro secreto

¡Y yo sé bien que me quieres!

¡Y tú sabes que te quiero!

Y lo sabemos los dos

y nadie puede saberlo.


¡Ay, pena, penita, pena

de nuestro amor en silencio!

¡Ay, qué alegría, alegría,

quererte como te quiero!


Cuando por la noche a solas

me quedo con tu recuerdo

derribaría la pared

que separa nuestro sueño,

rompería con mis manos

de tu cancela los hierros

con tal de verme a tu vera,

tormento de mis tormentos,

y te estaría besando

hasta quitarte el aliento.

Y luego, qué se me daba

quedarme en tus brazos muerto.


¡Ay, qué alegría y qué pena

quererte como te quiero!


Nuestro amor es agonía,

luto, angustia, llanto, miedo,

muerte, pena, sangre, vida,

luna, rosa, sol y viento.

Es morirse a cada paso

y seguir viviendo luego

con una espada de punta

siempre pendiente del techo.

Salgo de mi casa al campo

sólo con tu pensamiento,

para acariciar a solas

la tela de aquel pañuelo

que se te cayó un domingo

cuando venías del pueblo

y que no te he dicho nunca,

mi vida, que yo lo tengo.

Y lo estrujo entre mis manos

lo mismo que un limón nuevo,

y miro tus iniciales

y las repito en silencio

para que ni el campo sepa

lo que yo te estoy queriendo.


Ayer, en la Plaza Nueva

-vida, no vuelvas a hacerlo-,

te vi besar a mi niño,

a mi niño el más pequeño,

y como lo besarías

-¡ay, Virgen de los Remedios!-

que fue la primera vez

que a mí me diste un beso.

Llegué corriendo a mi casa,

alcé mi niño del suelo

y sin que nadie me viera,

como un ladrón en acecho,

en su cara de amapola

mordió mi boca tu beso.


¡Ay, qué alegría y qué pena

quererte como te quiero!


Mira, pase lo que pase,

aunque se hunda el firmamento,

aunque tu nombre y el mío

lo pisoteen por el suelo,

y aunque la tierra se abra

y aun cuando lo sepa el pueblo

y ponga nuestra bandera

de amor a los cuatro vientos,

sígueme queriendo así,

tormento de mis tormentos.


¡Ay, qué alegría y qué pena

quererte como te quiero!

(Rafael de León)

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