martes, 2 de noviembre de 2010

EL CRISTO DE LAS MIELES 2ª parte





Progresaba Antonio Susillo en la realización del Cristo Crucificado y cada día se le veía más triste. por fín pudo entregarlo terminado al ayuntamiento, y precisamente en esos días estalló su tragedia conyugal. Su mujer no se amoldaba a sus ganancias,aunque fueran bastantes elevadas,de Susillo, sino que en vez de querer mantener el rango decoroso de la casa de un artista, quería ella llevar el tren de vida de los opulentos aristócratas, o acaudelados comerciantes, que eran los clientes de las estatuas de su marido. Naturalmente por mucho dinero que él ganase, nunca podría rivalizar con los infantes-duques de Montpensier, dueños del palacio de San Telmo, ni con los duques de Alba, ni con la reina destronada Isabel II, que pasaba sus temporadas en Sevilla. Los gastos excesivos de la mujer de Susillo habian llevado a la economía familiar a la bancarrota, y atosigado por los reproches de su mujer, que le decía:" Eres un cretino que no gana dinero suficiente para vivir". Susillo, cierto día en un arrebato de furia, decidió quitarse la vida. Tenía una pistola que le había servido como acompañante en sus viajes a París y Roma. Sacó la pistola de su estuche, la metió en el bolsillo del chaquetón abrigo y en el camino de San Jerónimo, siguiendo las vias del tren, al llegar a la altura del Departamento del Hospital, se sentó en un montón de traviesas de madera que había junto a la vía, y metiéndose el cañón de la pistola debajo de la barba, disparó el tiro que le dió la muerte. (Había cumplido poco antes sus treinta y nueve años de edad.)




Cuando encontraron al poco rato el cadáver, nadie sabía de quien se trataba. ¿Qúién podía imaginar que el más ilustre escultor de España, una gloria más aún que nacional, europea, iba a morir oscuramente en el borde de la vía, en la tremenda soledad del campo? En el periódico de la mañana siguiente decía la noticia en una columna de gacetillas de sucesos: "Hallazgo de un cadáver. Junto a las vías del tren, en el ramal ferroviario a San Jerónimo, apareció ayer tarde el cadáver de un hombre decentemente vestido. Fue trasladado al depósito judicial, donde aún no ha sido identificado".




A la mañana siguiente estalló el asombro y la consternación en Sevilla al descubrirse que el suicida del día anterior era nada menos que Antonio Susillo. Inmediatamente acudieron al depósito judicial sus discípulos, Joaquín Bilbao, Coullaut Valera, Viriato Rull y Castillo Lastrucci, con objeto de sacar la mascarilla al cadáver.




Como Susillo se había suicidado, las costumbres y leyes de entonces no permitían que se enterrase en el Cementerio General, oficialmente católico, así que hubo de ser sepultado en el Cementerio Civil, marginal y mal visto. Allí permaneció desde finales del siglo XIX hasta mediados del siglo XX, en que el ilustre arquitecto municipal Gómez Millán manifestó al alcalde don Eduardo Luca de Tena la injusticia que significaba que el genial escultor Susillo estuviera en inadecuado lugar.




-¿Y dónde lo pondría usted?




-Pues al pie del Crucificado que él mismo labró.




El alcalde autorizó hacerlo y Gómez Millán, con los obreros municipales, sacó los restos y los puso según lo acordado, al pie del Cristo y con una sencilla lápida que sólo indica el nombre: ANTONIO SUSILLO.




La iglesia no se enteró, o no se dió por enterada, y así quedó Susillo en su definitivo reposo en honorable lugar.




Pasaron algunos días, cuando el público que acudía a visitar en el cementerio la tumba del artista, observó que de la boca del Cristo Crucificado salía un arroyo de miel, que le chorreaba por los labios y la barba, y le descendía por el cuello hasta el pecho. No era ningún milagro, sino algo muy sencillo y natural: un enjambre de abejas había hecho su panal dentro de la boca del Cristo, y la miel chorreaba desde el panal, por la imagen. Pero si el suceso era explicable y natural, no por ello dejaba de parecer milagroso, o maravilloso, el que habiendo tantos lugares en el cementerio de San Fernando, entre cientos de árboles, miles de rosales, decenas de capillas y panteones, las abejas hubieran elegido precisamente la boca del Cristo para hacer su panal, y precisamente a los pocos días de enterrarse allí Antonio Susillo.




Y como el pueblo siempre desea perpetuar los prodigios y maravillas, los sevillanos dieron en llamar al Cristo del cementerio con el nombre de "el Cristo de las Mieles" con que todavía hoy le designamos.








texto: tradiciones y leyendas sevillanas (José María de Mena)




foto 1ª parte:http://www.flickr.com/




foto 2ª parte:www.galeon.com

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